Me enseñaron los años
que al amor no se le manda, ni se le exige,
y que el que intenta hacerlo
queda como un asno maleducado.
Que el amor no se ordena en Uber,
ni se busca en Facebook.
Que no se gana el amor con “likes” ni con “shares”.
El amor
no se persigue,
no se pide,
no se ruega,
ni se negocia.
El amor, para bien o para mal,
llega cuando tiene que llegar,
que es lo mismo que decir
que llega cuando le da la gana,
(y no siempre en el mejor momento).
Llega, a veces, como una bienvenida lluvia
en medio de un verano de sequía,
y otras como una cubetada de agua fría
bajo una tormenta en una noche sin estrellas.
A veces no llega nunca.
Muchas veces, cuando no es llamado.
En algunas ocasiones, incluso si es rechazado.
Llega o no llega.
No se le trabaja, como la veta de una mina.
No se le atrae, como en campaña de mercadotecnia.
Eso sí:
Hay que estar muy guapos,
muy arregladitos y
muy bien trabajados,
por si acaso llega,
que nos encuentre en nuestro mejor momento. 🙂
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