La neta… ¡Qué pinche hueva…!

Honestamente
cuando terminamos
me dio mucha hueva odiarte.

Me quedé sin energías,
ni siquiera deseos
de maldecir tu nombre,
de borrar tus fotos
o de rasgar tus cartas.

Las cartas, y las fotos,
y tus regalos se quedaron
arrimados
en una eterna
pila de pendientes.

Un día que no tenga yo
tanta pereza,
ni tantas cosas por hacer,
quizás los aviente por la ventana.

Y es que ya había yo
consumido muchos sentimientos
durante nuestro ciclo de amor,
como para dedicar más esfuerzos
en etapas posteriores.

Pasaste de ser un dolor agudo
a ser uno de esos achaques
que nunca se van,
pero que se toleran
con la paciencia
que dan los años de experiencia.

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