Hay una mujer en tu historia que ocupa más que tu memoria.
Esa, la que sabía sonreír en el momento justo. Esa, la que reía con la fuerza de mil hadas en una madrugada encantada en el bosque.
Esa, la que tenía el comentario correcto cuando estabas deprimido y que supo hacerte el amor como nadie más lo ha vuelto a hacer nunca.
Esa, la que después de tanto tiempo sigue siendo principal protagonista de tus más frecuentes fantasías, salpicadas de memorias y promesas incumplidas.
El recuerdo de esa mujer en particular, en los días sencillos, te arranca una sonrisa, y en los días más complicados, te roba también una lagrima.
Y es que hay una parte de esa mujer que se quedó a vivir para siempre en tu corazón y sin importar terapias, ni manuales, ni planes, ella se ha negado a salir de ahí.
Y hay un pequeño rincón en tu alma que aún espera, contra toda razón y lógica, que vuelva un día con una sonrisa, quizás con una disculpa, y más de un beso.
Nos hicimos amantes porque no nos daban para más las reglas de este mundo…
Porque los puestos de marido y mujer ya estaban ocupados…
Porque no podían ya nuestros cuerpos sudar separados…
Porque nuestros deseos ya habitaban una misma cama y porque nunca pensamos que amar y desear con tantas fuerzas húmedas fuera pecado.
Porque el contoneo de tus caderas cuando salías de mi oficina ya me estaba volviendo loco…
Y porque las blusas escotadas que te ponías, para inclinarte sobre mi escritorio (y sin sostén) fueron por demás convincentes.
Nos hicimos amantes porque la primera vez que estiré las manos para tocar tus senos en tu oficina, cerraste un momento los ojos para disfrutar de mis caricias, pero luego los abriste para besarme en la boca.
Nos hicimos amantes y nos dedicamos a decorar nuestra vida de besos y caricias furtivas, entre miradas cómplices y susurros culpables.
Después de que terminamos, tuvimos un millón de pláticas imaginarias dentro de mi cabeza, tú y yo.
Esas pláticas revivían nuestras últimas peleas, y en esas charlas, yo finalmente encontraba las respuestas correctas a tus reclamos; podía expresar mis sentimientos y tú explicabas el porqué de tus acciones.
En algunas de ellas, me confesabas que aún me amabas, y en unas cuantas, regresábamos.
Se dieron esas pláticas durante un tiempo. Pero luego entendí, que si esas conversaciones fueran reales, no debían centrarse en quién ganaba y quién perdía; o quién tenía razón y quién no.
Si realmente nos hubiéramos amado, se hubieran centrado en perdón, en colaboración y en trabajo en equipo para crear juntos una mejor pareja.
Esas otras charlas también se dieron en mi mente por algún tiempo.
Pero finalmente entendí que nunca más volveremos a hablarnos, ni a vernos.
Ahora hablo con personas reales, fuera de mi cabeza y busco crear relaciones adultas, estables y duraderas.
Me gustan las mujeres de sonrisa pronta, abundante y grande.
Esas mujeres a las que no les importa no tener los dientes perfectos. Esas, que sonriendo, saben opacar toda la gloria del sol. Esas, que acompañan sus sonrisa sincera con el brillo de sus ojos.
Me gustan las mujeres de cabello largo; las que saben usarlo para cubrir coquetamente sus senos cuando están desnudas frente a mí. (Y es que a mí me encanta mover ese cabello para descubrirles todos sus encantos).
Me gustan las mujeres que no se preocupan por su peso, a las que no les importan las estrías ni las arrugas; las que, al descubrirse otra cana, se alegran, y la peinan al frente, para ir formando ese orgulloso penacho plateado.
Me gustan las mujeres que se sienten cómodas tanto en pantalones de mezclilla, como en vestido largo, las que saben comer en el mercado, y en el restorán más caro, las que saben bailar en el patio de la casa y en el centro nocturno de moda. Y también las que saben bailarme en lencería, mientras se van desnudando, justo antes de hacer el amor.
A las que, sonriendo, les gusta hacer a un lado sus braguitas para hacer el amor en el monte, en la milpa, en la playa, o en la sala de la casa.
Me gustan las mujeres que comprenden que es igual de importante el café matutino, (a veces con un pequeño pan dulce), que el tequila de la noche; ese “único” caballito de tequila, que a veces puede llegar a ser más de cinco.
Me gustan las mujeres que descansan su cabeza sobre mi hombro cuando estoy cantándoles con la guitarra o cuando les leo un libro de poemas.
Bendito tesoro, una mujer que todavía puede sonreír con toda la sinceridad y alegría de su corazón.
Tu recuerdo siempre duele, pero hoy, al imaginarte haciendo el amor con alguien más, has dolido más que nunca, en un dolor vivo, físico y presente, como una daga clavada en el corazón que ni siquiera estos renglones logran sacar.
Ha sido un dolor sorpresivo, como un ataque al corazón que no esperaba, ahora que pensaba que te había olvidado.
Ojalá no nos veamos nunca más. No soy lo suficientemente fuerte para soportar este dolor dos veces.
Me enseñaron los años que al amor no se le manda, ni se le exige, y que el que intenta hacerlo queda como un asno maleducado.
Que el amor no se ordena en Uber, ni se busca en Facebook.
Que no se gana el amor con “likes” ni con “shares”.
El amor no se persigue, no se pide, no se ruega, ni se negocia.
El amor, para bien o para mal, llega cuando tiene que llegar, que es lo mismo que decir que llega cuando le da la gana, (y no siempre en el mejor momento).
Llega, a veces, como una bienvenida lluvia en medio de un verano de sequía, y otras como una cubetada de agua fría bajo una tormenta en una noche sin estrellas.
A veces no llega nunca. Muchas veces, cuando no es llamado. En algunas ocasiones, incluso si es rechazado.
Llega o no llega.
No se le trabaja, como la veta de una mina. No se le atrae, como en campaña de mercadotecnia.
Eso sí: Hay que estar muy guapos, muy arregladitos y muy bien trabajados, por si acaso llega, que nos encuentre en nuestro mejor momento. 🙂
En un universo de infinitas posibilidades, coincidimos.
Entre un sin fin de posibles rutas, nos enamoramos.
(O por lo menos, yo me enamoré de ti).
Contra todos los pronósticos, nos besamos. Y después… seguimos besándonos.
Con besos cada vez más largos, más profundos, y acompañados de nuevas osadías.
A pesar de lo que todos pensaban, terminamos juntos en una cama, haciéndonos el amor. Pocas veces, lo hicimos, para mi gusto, pero a lo largo de varios años.
Y estarás de acuerdo, que sacábamos chispas, cada vez que hacíamos el amor.
Escribíamos poesía erótica juntos hasta caer rendidos al amanecer, con las pieles brillantes de sudor y de deseo, y nuestras almas, satisfechas y contentas.
Y después, como queriendo sorprender con un final inesperado a los lectores de nuestra vida, decidiste, de manera unilateral, que no éramos el uno para el otro.
Ahora escribes renglones solitarios en una libreta que nadie lee.